Su versión de los hechos ha cambiado tanto en estos días porque todas sus explicaciones han sido falsas, de principio a fin. Las mentiras tienen las patas muy cortas y por eso se encuentra hoy así. “Va a caer por KO o a los puntos”, me dice un importante dirigente político. La única duda es si dejará la presidencia de Madrid con la dignidad que no ha tenido esta semana o si prolongará esta agonía un tiempo más. La Semana Santa o la excusa de una gripe no le servirán para huir eternamente. En su propio partido, ya son muchos quienes le aconsejan dimitir.
Cuando eldiario.es abrió este miércoles su portada con esta investigación de Raquel Ejerique donde decíamos, con todas las letras, que había obtenido un máster con notas falsificadas, no estábamos jugando a la ruleta rusa. Este periódico no especula con la información, ni apuesta a doble o nada con un simple rumor. Si no hubiésemos tenido la información atada, nunca habríamos publicado un titular tan contundente. Lo hicimos porque es lo que pasó, porque teníamos las pruebas, porque contábamos con todo tipo de fuentes y documentos que acreditaban decenas de ilegalidades. Porque sabíamos que una Universidad pública que depende de ella y donde fue consejera había regalado, por la cara, un título oficial a la presidenta de Madrid.
Ya hay una denuncia presentada y hasta el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, el presidente del partido que sujeta su Gobierno, está pidiendo a la Fiscalía intervenir. No es para menos, porque el escándalo ya no solo afecta a Cifuentes sino también a una de las universidades públicas de Madrid. Aquí no solo está en juego qué pasa con Cifuentes, sino el prestigio de una Universidad cuya marca ya estaba por los suelos, después del lamentable episodio de su ex rector plagiador.
En su huida atropellada en las mentiras, Cifuentes está arrastrando también a todos sus cómplices en este escándalo. A su ‘conocida’, Amalia Calonge, esa amable funcionaria que le cambió las notas y que estaba disponible cada vez que Cifuentes necesitaba una gestión. Al director de máster que luego resultó que no lo era, el catedrático Enrique Álvarez. Al profesor Pablo Chico que le puso un “no presentado” –normal, no pisó la clase– y dos años después lo cambió por un notable; el mismo que tiene varios trabajitos en ayuntamientos gobernados por el PP. A las tres profesoras en precario que aseguran que participaron en un comité evaluador que es ilegal y que han firmado un papel muy dudoso y que las puede comprometer. También ellos, al igual que Cifuentes, se enfrentan a unas posibles consecuencias muchísimo más graves que una inspección interna de la Universidad.
El master de Cifuentes era presencial, pero solo para los estudiantes sin pase VIP. Han hablado una cuarta parte de los matriculados –cinco alumnos de poco más de 20– y ninguno la vio jamás; la mayoría de ellos ni siquiera sabían hasta esta semana que habían compartido clase con la presidenta de Madrid.
La pregunta ya no es solo cómo logró Cifuentes sus dos notables en diferido, sino cómo pudo aprobar las otras once asignaturas sin pisar la clase. Tiene incluso cinco sobresalientes, el premio a un esfuerzo que nunca existió.
Cuando eldiario.es abrió este miércoles su portada con esta investigación de Raquel Ejerique donde decíamos, con todas las letras, que había obtenido un máster con notas falsificadas, no estábamos jugando a la ruleta rusa. Este periódico no especula con la información, ni apuesta a doble o nada con un simple rumor. Si no hubiésemos tenido la información atada, nunca habríamos publicado un titular tan contundente. Lo hicimos porque es lo que pasó, porque teníamos las pruebas, porque contábamos con todo tipo de fuentes y documentos que acreditaban decenas de ilegalidades. Porque sabíamos que una Universidad pública que depende de ella y donde fue consejera había regalado, por la cara, un título oficial a la presidenta de Madrid.
Ya hay una denuncia presentada y hasta el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, el presidente del partido que sujeta su Gobierno, está pidiendo a la Fiscalía intervenir. No es para menos, porque el escándalo ya no solo afecta a Cifuentes sino también a una de las universidades públicas de Madrid. Aquí no solo está en juego qué pasa con Cifuentes, sino el prestigio de una Universidad cuya marca ya estaba por los suelos, después del lamentable episodio de su ex rector plagiador.
En su huida atropellada en las mentiras, Cifuentes está arrastrando también a todos sus cómplices en este escándalo. A su ‘conocida’, Amalia Calonge, esa amable funcionaria que le cambió las notas y que estaba disponible cada vez que Cifuentes necesitaba una gestión. Al director de máster que luego resultó que no lo era, el catedrático Enrique Álvarez. Al profesor Pablo Chico que le puso un “no presentado” –normal, no pisó la clase– y dos años después lo cambió por un notable; el mismo que tiene varios trabajitos en ayuntamientos gobernados por el PP. A las tres profesoras en precario que aseguran que participaron en un comité evaluador que es ilegal y que han firmado un papel muy dudoso y que las puede comprometer. También ellos, al igual que Cifuentes, se enfrentan a unas posibles consecuencias muchísimo más graves que una inspección interna de la Universidad.
El master de Cifuentes era presencial, pero solo para los estudiantes sin pase VIP. Han hablado una cuarta parte de los matriculados –cinco alumnos de poco más de 20– y ninguno la vio jamás; la mayoría de ellos ni siquiera sabían hasta esta semana que habían compartido clase con la presidenta de Madrid.
La pregunta ya no es solo cómo logró Cifuentes sus dos notables en diferido, sino cómo pudo aprobar las otras once asignaturas sin pisar la clase. Tiene incluso cinco sobresalientes, el premio a un esfuerzo que nunca existió.
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